Siete años, 2555 días y personas, muchas personas. Sólo de esta forma ha sido capaz el Lleida Llista Blava de pasar de una situación de absoluta crisis al borde de la desaparición en 2011 a ser campeón de la Copa Cers en 2018. El Llista demuestra así que no existen atajos, sólo el trabajo diario de gente implicada y comprometida con el proyecto pueden hacer grande a un club. Y así lo han hecho.
Breganze, Voltregá, Barcelos y Lleida lucharon el pasado fin de semana por la copa Cers en el pabellón 11 de septiembre (Lérida).
En la primera semifinal el Barcelos -favorito de la competición por ser el campeón de las dos pasadas ediciones- derrotó al Voltregá por 5 a 2.
Por su parte, el Lleida LLista Blava tuvo más problemas para apear al Breganze y lograr el pase a la final, de hecho, los italianos remontaron un tres a cero para ir a la prórroga donde sólo en la segunda parte llegó el tanto de los anfitriones que certificó su billete a la pugna con el Barcelos por el título continental.
Pero sin duda esta fue la Final Four de las aficiones. Fueron ellas las que no dejaron apagarse a sus equipos.
Voltregá se volcó con su equipo y dio voz y color a un lateral completo del pabellón.
La aficion del Barcelos llenó una grada y, aunque, por desgracia, alguno no estuviera a la altura, no se puede permitir que esos pocos eclipsen al resto porque el OCB tiene una enorme afición que se deja la garganta en cada partido y que le convierte en la envidia de Europa.
El grupo reducido de italianos que asistió al evento -teniendo el cuenta los kilómetros que se hicieron para apoyar a los suyos, medio centenar de seguidores se convierten en una cantidad mayor- empujó a los de transalpinos a la remontada.
Y Lleida no defraudó. Llenó el 11 de septiembre con familias del hockey, niñ@s de este deporte que no fallan a la cita con sus entrenadores y sus ídolos. Ellos les llevaron hasta ahí y ellos les han acompañado hasta el final.
Los equipos ganan los títulos pero los nombres propios marcan el clima de los partidos. Y aquí, destacan los que colaboran a que éste sea positivo. Por eso, no puede pasarse por alto la actitud ejemplar del gran capitán del Barcelos, Ricardo Silva, siempre atento a que todos respeten el emblema del OCB; siempre intentando rebajar la tensión en los monentos cruciales para que el hockey sea siempre y sólo eso: hockey. Es esto lo que le convierte a uno en capitán y no el brazalete.
Y en el deporte, como en la vida, lo que queda son los pequeños momentos, los detalles, aquello en lo que uno se fija entre el ruido y la luz:
Las lágrimas de Roberto Di benedetto al darse cuenta de que su lesión le impedía seguir.
La dedicatoria de Dario Giménez. El agradecimiento de un hijo a sus padres que está lejos para abrazarles.
El desconsuelo de Rubén Sousa que había soñado con repetir la hazaña y sintió el dolor que produce quedarte a las puertas.
El deporte duele a unos para que otros sean tan felices que olviden todos los momentos en los que fueron ellos los damnificados. Pero esto forma parte del juego. Y la bola vuelve a rodar…y todo vuelve a empezar…